“Oír cantar a una persona ronca o ver bailar a un tullido es penoso; pero presenciar como argumenta una mente estrecha es insoportable. Es como el niño que habla con su muñeco: el niño sabe que el muñeco no lo comprende, pero a través de su consciente y agradable autoengaño obtiene la alegría de comunicarse con alguien”
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