sábado, 23 de enero de 2016

La duquesa Job, Manuel Gutiérrez Nájera

El dulce charla de sobremesa,
mientras devoro fresa tras fresa
y abajo ronca tu perro "Bob"
te haré el retraro de la duquesa
que adora a veces el duque Job.

No es la condesa de Villasana
caricatura, ni la poblana
de enagua roja, que Prieto amó;
no es la criadita de pies nodosos,
ni la que sueña con los gomosos
y con lo gallos de Micoló.

Mi duquesita la que me adora,
no tiene humos de gran señora;
es la griseta de Paul de Kock.
No baila "Boston", y desconoce
de las carreras el alto goce,
y los placeres de "five o´clock".

Pero ni el sueño de algún poeta,
ni los querubes que ha visto Job,
fueron tan bellos cual la coqueta
de ojillos verdes, rubia y griseta
que adora a veces el duque Job.

Si pisa alfombras, no es en su casa;
si por Plateros alegre pasa
y la saluda Madam Marnat,
no es, sin disputa porque la vista;
sí porque a casa de otra modista
desde temprano rápida va.

No tiene alhajas mi duqesita
pero es guapa y es tan bonita
y tiene un cuerpo tan "v´lan" tan "pschutt"
de tal manera trasciende a Francia
que no la igualan en elegancia
ni las clientas de Helén Kossut.

Desde las puertas de La Sorpresa,
hasta la esquina del Jockey Club,
no hay española, yanqui o francesa,
ni más bonita, ni más traviesa
que la duquesa del duque Job.

¡Cómo resuena su taconeo
en las baldosas! ¡Con qué meneo
luce su talle de tentación!
Con qu´airecito de aristocracia
mira a los hombres y con que gracia
frunce los labios ¡Mimi Pinsón!

Si alguien la alcanza, si la requiebra,
ella, ligera como una zebra,
sigue camino del amacén;
pero ¡ay del tuno si alarga el brazo!
¡Nadie le salva del sombrillazo
que le descarga sobre la cien!

¡No hay en el mundo mujer más linda!
Pie de andaluza, boca de guinda,
"Sprit" rociado de Veuve Clícot:
talle de avispa, cutis de ala,
ojos traviesos de colegiala
como los ojos de Lous Taheot.

Ágil, nerviosa, blanca, delgada,
media de seda bien estirada,
gola de encaje, corsé de ¡crac!
nariz pequeña, garbosa, cuca,
y palpitantes sobre la nuca
rizos tan rubios como el cognac.

Sus ojos verdes bailan el tango,
nada hay más bello que el arremango
¡provocativo de su naríz!
Por ser tan joven y tan bonita,
cual mi sedosa , blanca gatita,
diera sus pajes la emperatriz.

¡Ah!, tu nos has visto cuando se peina,
sobre sus hombros de rosa reina
caer los rizos en profusión!
Tú no has oido que alegre canta,
mientras sus brazos y su gargana
¡de fresca espuma cubre el jabón!

y los domingos...¡Con qué alegría
oye en su lecho bullir en día
y hasta las nueve quieta se está!
¡Cual se acurruca la perezosa,
bajo la colcha color de rosa,
mientras a misa la criada va!

La breve cofia de blanco encaje
cubre sus rizos, el limpio traje
aguarda encima del canapé;
altas, lustrosas y pequeñitas,
sus puntas muestran las dos botitas,
abandonadas del catre al pie.

Después, ligera, del lecho brinca.
¡Oh, quien la viera cuando se hinca
blanca y esbelta sobre el colchón!
¿Qué valen junto de tanta gracia
las niñas ricas, la aristocracia,
ni mis amigas de cotillón?

Toco; se viste; me abre, almorzamos;
con apetito los dos tomamos
un par de huevos y un buen bistec,
media botella de rico vino,
y en coche juntos, vamos camino
del pintoresco Chapultepec.

Desde las puertas de La Sorpresa,
hasta la esquina del Jockey Club,
no hay española, yanqui o francesa,
ni más bonita, ni más traviesa
que la duquesa del duque Job.

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