Yo fui medio consentido por ser
el hijo menor, y ya mi hermano mayor me llamaba: el preferido. Razones habrá
tenido, que cuando me perseguía, detrás de ella me ponía y ya estaba defendido.
Si mi padre me mandaba a la cama
sin cenar, la veía aparecer, haciéndose la enojada y a escondidas me pasaba la
parte mía en un plato: ¡y a la próxima, te mato!, me decía y lagrimeaba.
Aquél era tal mojado de lavar en la pileta,
que retorcía tan inquieta, porque alguno le había avisado que su hijo se había
peleado con otro chico en las esquina. Y al rato yo aparecía con un ojo
amoratado.
Me acuerdo lo que sintió la vez
del pantalón largo, fue un momento muy amargo, me miraba, me tocó, decía: ¡como
creció, si ayer lo hacía dormir! Y al quererse sonreír, el llanto la traicionó.
Igual que mucho creí que sabía
demasiado, por unos labios pintados del lado de ella me fui, y aquél día en que
volví, arruinado y amargado, en vez de dejarme de lado, se puso a rezar por mí.
¡Cómo castiga la vida! ¡Cómo
traiciona la gente! ¡Cómo se dobla la frente por un plato de comida! No hay uno
que no te pida su parte por un favor, y se calcula el valor que pueda tener tu
herida. Solo ella, solo ella comprende el dolor de tu mirada, porque su vista
cansada desde niños nos entiende. Solo ella te defiende porque eres su misma
sangre y solo te da una madre la amistad que no se vende.
Yo quería hacerle versos como ella los merecía, los empecé tantas
veces que no salgo del comienzo, ¡es que a una madre, es que a una madre, yo
pienso! ¿Qué? ¿Qué se le puede escribir? Solo se puede decir, en la ternura, en
la ternura de un beso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario