domingo, 25 de enero de 2015

"Madres Admirables", Antonio Médiz Bolio

Todos los hombres de todos los tiempos aprendieron a hablar con esta palabra, las luces de los cielos se encendían oyéndola, los árboles de la tierra florecieron escuchándola,  y los pájaros la cantaron en los nidos y en el bramido de las fieras retumbaba.

Cuando nació la vida, todo dijo: ¡Madre Luz! ¡Madre Tierra! ¡Madre Agua!

Se prendieron los fuegos de los sacrificios  en las cimas broncas de las montañas. Y la primera diosa de los hombres, fue madre de aquél que bajaba todos los días a fecundar el mundo desde los cielos llenos de llamaradas.

¡Isis! Dijeron en el ministerio de los templos los sacerdotes de las mitras sagradas.

¡Ceres! Cantaron coronados de rosas los hierofantes de la Hélade Blanca.

¡Astarte! En los mares fenicios gritaban las voces de los nautas; y hace doscientos siglos, en el tiempo, en que el tiempo no se contaba, ¡Knich-Kakmo! ¡Madre de la vida!, ¡Madre de la Fuerza!, ¡Madre de la llama!.

¡Con la gloria mística de los solsticios clamaba en éxtasis nuestros padres mayas!

¡María! En la hora de los evangelios la luz de los cielos desciende a las almas y en medio del claro vuelo de los ángeles sobre los humildes llenos de esperanza.

Mujer que tiene un manto de luceros y el dragón vencido bajo de su planta, mares de dulzura derrama en la tierra que hasta los ojos dolientes levanta, con sed de ternura y hambre de justicia, y con voz de herida humanidad la llama.

¡Madre de Dios! ¡Madre de misericordia! Y ella tiene al pecho siete puñaladas y en los ojos siete estrellas fulgidas y lluvia de dones corren por sus lágrimas.

Dolor infinito y amor sin orillas. Dolor y amor ¡Madre por divina gracia! ¡Dolor y amor altas luces de la vida! Dolor y amor, grandes y eternas palabras. Madre de los hombres, excelso prodigio, chispa de Dios dentro de la arcilla humana.

Madre dolorosa, la que siente al hijo que al llegar al mundo le rompe la entraña. La que luego gime junto al negro túmulo de aquél que ya nunca volverá a besarla.

La que sufre el crudo martirio, sin nombre de los abandonos, que desvelos pagan. Pero que perdona, que perdona siempre y bendice el filo que le hiere el alma.

La que llora el hondo vacío de la ausencia y todas las noches enciende una lámpara y todos los días reza porque vuelva aquél que está lejos y no dice nada.

La que entrega al hijo cuando se lo pide la madre de madres que se llama Patria. La que en el silencio de los campos santos vestida de luto como sombra pasa. Con las manos llenas de flores humildes, con los ojos llenos de fundidas lágrimas.

Madre amorosa que mece la cuna ¡Madre que sonríe, que sueña y que canta! Cuando el niño cierra los ojos que ignoran las cosas terribles que la vida guarda.

La peina y riza los bucles de oro como el sol de fiesta toda iluminada, la que a todo pecho de ilusión respira, la que borda luego la inicial de ensueño mientras los pañales pequeñitos lava, sobre el joven pecho que revientan ansias.

La que besa el lauro que ganó el artista y la cruz que el bravo ganó en la batalla, la que aroma el lecho del galán que busca, besos de quimera en reja romántica o besos prohibidos  en la pecadora fiesta, que sangre de incendio arrebata.

La que por un beso, solo por un beso casto y luminoso sin dormir aguarda.

La que teje el velo nupcial de la hija que de su regazo florido se marcha, a los brazos recios del que se la roba ¡porque así la vida sin piedad lo manda!

¡La que luego enciende fuegos de alegría y con rosas vivas el techo en guirnalda. Cuando el que ha sufrido retorna pidiendo, paz de nido para sus desechas alas, descanso y abrigo para su fatiga, manos que se ponen en sus frías canas, y otra vez canciones que arrullen su sueño y otra vez caricias que curen su alma!

¡Madre de los héroes! ¡Madre de los Mártires!

¡Madre del soldado que cayó en campaña!

¡Madre del que sueña con la gloria arisca!

¡Madre del que busca paz sin encontrarla!

¡Madre del que vence con fortuna y fama!

¡Madre de mendigos y de paladines, de triunfantes próceres y de oscuras parias!

¡Sean benditas en todas las lenguas, por todos los hombres de todas las razas!

¡Madres Admirables! ¡Santas Madres nuestras!

Que nos dieron todo sin pedirnos nada.

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