sábado, 24 de enero de 2015

"Dios", Jaime Sabines

Me encanta Dios, es un tipo magnífico que no se toma en serio. A Él le gusta jugar y juega, y a veces se le pasa la mano y nos rompe una pierna o nos aplasta definitivamente. Pero esto sucede porque es un poco cegatón y bastante torpe con las manos.

Nos ha enviado unos tipos excepcionales como Buda o Cristo o Mahoma, para que nos diga que nos portemos bien, pero esto a Él no le preocupa mucho. Nos conoce.

Sabe que el pez grande se traga al chico, que la lagartija grande se traga a la pequeña, que el hombre se traga al hombre. Y por eso inventó la muerte, para que la vida, no tú ni yo, la vida, sea para siempre.

Ahora los científicos salen con su teoría del Big Ben, pero ¿Qué importa si el universo se expande interminablemente o se contrae? Esto es asunto solo para agencias de viaje.

A mí me encanta Dios. Ha puesto orden en las galaxias y distribuye bien el tránsito en el camino de las hormigas, y es tan juguetón y travieso que el otro día descubrí que ha hecho, frente al ataque de los antibióticos, bacterias mutantes.

Viejo sabio o niños explorador, cuando deja  de jugar con sus soldaditos de plomo de carne y hueso, hace campos de flores o pinta el cielo de manera increíble.

Mueve una mano y hace el mar, mueve otra y hace el bosque, y cuando pasa por encima de nosotros, quedan las nubes pedazos de su aliento. Dicen que a veces se enfurece y hace terremotos, aguas alevosas, castigos y desastres. Pero eso es mentira, es la tierra que cambia, se agita y crece cuando Dios se aleja.

Dios siempre está de buen humor. Por eso es el preferido de mis padres, el escogido de los hijos, el más cercano de mis hermanos, la mujer más amada, el perrito y la pulga, el aroma más dulce, la noche insondable, el borboteo de la luz, el manantial que soy.

A mí me gusta, a mí me encanta Dios.
Qué Dios bendiga a Dios.

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