Nos ha enviado unos tipos
excepcionales como Buda o Cristo o Mahoma, para que nos diga que nos portemos
bien, pero esto a Él no le preocupa mucho. Nos conoce.
Sabe que el pez grande se traga
al chico, que la lagartija grande se traga a la pequeña, que el hombre se traga
al hombre. Y por eso inventó la muerte, para que la vida, no tú ni yo, la vida,
sea para siempre.
Ahora los científicos salen con
su teoría del Big Ben, pero ¿Qué importa si el universo se expande
interminablemente o se contrae? Esto es asunto solo para agencias de viaje.
A mí me encanta Dios. Ha puesto
orden en las galaxias y distribuye bien el tránsito en el camino de las
hormigas, y es tan juguetón y travieso que el otro día descubrí que ha hecho,
frente al ataque de los antibióticos, bacterias mutantes.
Viejo sabio o niños explorador,
cuando deja de jugar con sus soldaditos
de plomo de carne y hueso, hace campos de flores o pinta el cielo de manera increíble.
Mueve una mano y hace el mar,
mueve otra y hace el bosque, y cuando pasa por encima de nosotros, quedan las
nubes pedazos de su aliento. Dicen que a veces se enfurece y hace terremotos,
aguas alevosas, castigos y desastres. Pero eso es mentira, es la tierra que cambia,
se agita y crece cuando Dios se aleja.
Dios siempre está de buen humor.
Por eso es el preferido de mis padres, el escogido de los hijos, el más cercano
de mis hermanos, la mujer más amada, el perrito y la pulga, el aroma más dulce,
la noche insondable, el borboteo de la luz, el manantial que soy.
A mí me gusta, a mí me encanta
Dios.
Qué Dios bendiga a Dios.
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